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Liderazgo Ágil

Covid19 y la ruptura de nuestros corazones

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Foto Pablo Lischinsky

Esta es una traducción del inglés del artículo “Covid19 and the breaking open of our hearts”, publicado el 20/03/2020, por Jennifer Garvey Berger, ver artículo original en https://www.linkedin.com/pulse/covid19-breaking-open-our-hearts-jennifer-garvey-berger/

Estoy manteniendo mi distancia del mundo y al mismo tiempo me doy cuenta de lo entrelazado que estoy con el mundo. Observo el miedo y el dolor generalizados a mi alrededor y pienso en las formas en que esto se filtrará en las grietas de todas nuestras puertas cerradas. Ninguna cantidad de lavado de manos o desinfectante evitará la angustia de esta pandemia.

Esto es lo que sabemos sobre la angustia: duele como el demonio. Nos envía a una oscuridad tan negra que casi olvidamos cómo se ve la luz. Nos acurrucamos, heridos y aullando (o, quizás peor, heridos y silenciosos). El dolor cambia con el tiempo, pero esos cambios en sí mismos son variables.

Todos tenemos imágenes de aquellos que fueron arruinados por su dolor, cuyas vidas caen, como la señorita Havisham (personaje de la novela Grandes Esperanzas de Charles Dickens, 1861), en una estasis cubierta de telarañas.

Conocemos personas que no se referirán a una tragedia, creyendo que ignorarla hará que desaparezca y pierda algo de su humanidad en el proceso. O la angustia puede unirnos y hacernos más grandes que antes, más capaces de conectarnos y sentirnos más profundamente, más compasivos con los demás en su dolor, más vivos y más capaces de amar.

Quizás lo que más aprendí de mi viaje al país del cáncer, de las muertes prematuras de aquellos a quienes he amado, del dolor ordinario de nuestra vida cotidiana es esto: la angustia nos abre. Destroza la normalidad de nuestras vidas anteriores, de nuestras relaciones anteriores. Nos revela nuestros secretos más íntimos. Y más allá del dolor abrasador, hay una nueva posibilidad de cómo podemos amar, trabajar y reír nuevamente. Rilke dice “Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos como si se tratara de una parálisis. Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros. Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque nos hallamos en medio de una transición, en la cual no podemos detenernos.”

A mi alrededor (y dentro de mí), escucho a la gente preguntando: ¿Cuándo volveremos a la normalidad? Queremos salir de esta transición donde no podemos permanecer de pie. A medida que parpadeamos en este momento de dolor y desconexión, de miedo y pérdida, queremos saber cuándo podremos volver a trabajar, ir de vacaciones de nuevo, comprar papel higiénico en el mercado de la esquina. Y aunque también anhelo eso (Dios mío, cómo lo anhelo), hay una parte de mí que quiere que usemos este momento de miedo y pérdida global para cambiar lo que es normal, escuchar nuestros corazones abiertos y pelados, encontrar nuevas formas de conexión, nuevas formas de estar entre nosotros y nuestras economías y nuestro planeta.

En los Estados Unidos, las grietas en las obras de arte se reparan con el mayor cuidado posible; queremos que lo roto parezca que nunca ha sido herido. También veo eso en los líderes. Se empapela un momento de emoción, dificultad o dolor, se apresura, se deja de lado lo más rápido posible para no manchar el propósito de la reunión.

En Japón, cuando aparece una grieta, a veces el propietario la llena de oro; se llama “wabi-sabi”, el abrazo de lo defectuoso o imperfecto. Aquí la cosa rota brilla por sus imperfecciones, debido a sus imperfecciones. Ahora es nuestro momento como líderes —de familias, de organizaciones, de comunidades— para abrazar a los humanos imperfectos y profundamente mortales que nos rodean. Ahora es el momento de permitir nuestra integridad con todas sus imperfecciones.

Esto se debe a que es la angustia tanto como la alegría (¿más que la alegría?) lo que nos conecta en última instancia, pero sólo si pensamos en cómo evitar nuestros reflejos automáticos. Si no tenemos cuidado, podríamos descender a la oscuridad de telarañas. Si no tenemos cuidado, podríamos tapar las grietas para que nadie las note. Podríamos esperar volver a una vida normal una vez que COVID19 pase por nuestro mundo. Pero esta esperanza no solo es engañosa, sino que también niega la utilidad de nuestro dolor. Son nuestras cicatrices, mucho más que nuestra perfección, lo que nos permite vernos y amarnos. Es nuestra mortalidad lo que hace que cada vida humana —cada día humano— sea tan preciosa. El verdadero acto de liderazgo en este momento es que escuchemos “nuestras asombrosas emociones viviendo” y que escuchemos las asombrosas emociones de quienes nos rodean.

Reconozcamos la angustia de nuestra pérdida y desconexión y pintémosla con oro. Creemos una red dorada que nos mantenga unidos como miembros de la desconsolada raza humana, girando en este pequeño planeta en un océano interminable de estrellas.

 

Montevideo, Departamento de Montevideo, Uruguay

Por Pablo Lischinsky

Agile/Product Coach, Trainer & Consulting.
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Two daughters and a son, tango dancer, paragliding pilot, and wine enthusiast.
Based in Montevideo, Uruguay.

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